CRÍTICA DE ARTES ESCÉNICAS

TEATRO INVISIBLE · MATARILE TEATRO
Festival CATRO PEZAS · Teatro Ensalle · 05/11/2016
Interpretación y dirección: Ana Vallés
Iluminación: Baltasar Patiño
Foto: Jacobo Bugarín
UN SUSURRO POÉTICO
A estas alturas del siglo XXI no debería hacer falta presentar a Ana Vallés, o lo que es lo mismo, a Matarile Teatro ya que, tanto la una como la otra (directora y compañía) han sido y siguen siendo profetas en su tierra, a pesar de su reticencia a reconocerlo, de su retiro de casi tres años, de sus decepciones, porque Matarile Teatro, reconocidísimos fuera de Galicia, tienen también muchos fieles en su tierra natal.
Matarile es una de esas compañías necesarias, de las que siempre esperas sus estrenos, igual que las películas de Woody Allen, unas veces más acertadas que otras, pero siempre reconfortantes, asumiendo esa parte más inteligente y sensible del arte.
Teatro Invisible es un trozo de chocolate, un dulce bocado que nos regala Ana Vallés y Baltasar Patiño, la otra parte de la compañía, porque aquí sí tanto monta la una como el otro en un tandem parejo.
La fragilidad aparente de Ana Vallés envuelve cada gesto, cada roce con el público, cada palabra. En su lucha por la “no interpretación” Ana consigue acercarnos a su alter ego escénico, presumiendo de no ser reivindicativa ni hacer discurso político ni social en su teatro, Ana grita suavemente al mundo la conveniencia de continuar con la batalla perdida de este género, sin quererlo, su manifiesto es una clara protesta, una larga cuestión, una infinita queja, una pregunta retorica sobre la necesidad del teatro, de lo poético, de la filosofía y siempre con el apoyo consciente de los personajes que admira y que coge de la mano en escena: Gilles Deleuze, Pasolini, Kantor... A través de las palabras de ellos y las suyas propias, de las anécdotas imaginarias y reales, Vallés consigue crear una atmósfera propicia para el encuentro, cercana con un público que se entrega desde el minuto uno, desde que la artista entra por el pasillo tocando las manos, hablando de todo y nada, de la aparente banalidad de los hechos.
El escenario, vacío de artilugios, va llenándose de piezas con sutiles pinceladas, de elementos que matizan o subrayan el texto. El teatro de Vallés y el de su compañía siempre se rigen por unos puntos muy concretos: el bodegón moderno, la mesa llena de objetos cercanos, el vino, la fruta y el prisma de Baltasar Patiño que domina como nadie los colores fríos y las luces y sombras.
Este Teatro Invisible no es un gran montaje comercial ni apto para mayorías democráticas que no acuden a los espacios alternativos, pero es, sin duda, teatro visible y en estado puro.
Algún día la historia teatral de nuestro país escribirá con letras mayúsculas los nombres de Ana Vallés y Baltasar Patiño por haber contribuido a que también las minorías tienen derecho, que lo sublime aún existe, que lo poético debe ser reivindicado y que para ello nada hay más alentador que hacerlo de la mejor forma posible: a través del susurro, sin estridencias, que es siempre la clave de lo concreto.