CRÍTICA DE ARTES ESCÉNICAS

DIRECTO 9 · PISANDO OVOS
Teatro Ensalle · Vigo · 04/10/2018
Creación y dirección: Rut Balbís
Ayudante dirección: Janet Novás
Creación e intepretación: Fran Martínez, Jas Processor, Raúl Pulido y Laura Villanueva
Diseño de iluminación: Afonso Castro
Diseño espacio sonoro y diseño gráfico: Jas Processor
Coproduce: Centro Coreográfico Galego - Agadic - Xunta de Galicia
DIRECTO 9
La primera parte de este “Directo 9” es contradictoriamente activa, apasionantemente lenta, con un punto de angustia, pero que te atrapa en el conflicto entre ver lo que ocurre con los cuerpos en escena y el tuyo propio, que se engancha y quiere ponerse a bailar. La solución pasa por teclear con los dedos, sobre lo que puedas, al ritmo de la música.
Los latidos de un corazón tecnológico van in crescendo dotando de energía a los cuerpos de los y la bailarina en escena y que van pasando de un estado inmóvil, como enraizados al suelo, a otro siempre más vulnerable, de resistencia física.
La segunda aparte de “Directo 9” es otra cosa. Se pierde el ritmo inicial, el formato sacudida, para dar paso a un evidente working progress en estado puro y duro. Llevamos años sumergidos en un eterno working progress o lo que es lo mismo, en trabajos en proceso, es decir, sin acabar, sin concluir.
La dramaturgia podría ser de gran ayuda en estos casos, pero el mundo de la danza se empeña en darle la espalda ¿cómo no? si incluso el mundo teatral está cada vez más atrapado por el intrusismo de quienes creen valer tanto para un roto como para un descosido.
“Directo 9” es un ensamblaje de piezas, un concierto desconcertante en el que hay una música interesante, un diseño de luz algo pretencioso y unos bailarines que apuntan maneras.
De lo que intentan contar-exponer-narrar a lo que trasciende hay un inmenso agujero que no se da llenado ni con las luces y sombras ni con la presencia del cuarto poder escénico en forma de disjokey.
La nostalgia de no ver a David Loira y a Rut Balbís en escena empieza a rondar por la cabeza de las que vivimos aquella época tan prometedora.
La búsqueda de la danza moderna, la exploración, el “quiero ir más allá sin saber aún a dónde”, debiera tener una medida. Esto de la medida puede sonar a control represivo-artístico o algo así, pero si lo analizamos un poco es de una lógica aplastante. Estar frente al público requiere de un dominio del tiempo y una valoración de las proporciones rítmicas que no son casuales o no deben serlo. Por algo hemos llegado hasta aquí en la cosa escénica, porque ha habido estudios del tiempo y del ritmo en escena e incluso también del des-tiempo. Simplificando, el ser humano (en este caso el público) tiene unos límites de atención, de conocimiento y de medida que deben ser considerados por los y las artistas en cuestión. No forma parte del trabajo de “público” hacerlo. Sí en cambio, el sacar conclusiones y sensaciones, eso no lo vamos a discutir a estas alturas, aunque muchos se empeñen en “educar” públicos.
Las ganas de impresionar, sobrepasan a las de contar-relatar-exponer-transitar... No olvidemos que la mirada externa del público, aún en los casos del más neófito, es la verdadera constructora del acontecimiento y por tanto, de la transcendencia futura del mismo.